Alberto lanzaba comentarios dignos de un férreo opositor: criticó el memorándum firmado con Irán durante el Gobierno de Cristina, considerando que se buscaba la impunidad del atentado a la AMIA, insinuó que la entonces presidenta coaccionaba al Poder Judicial a su favor y hasta afirmó que «tiró por la borda todo lo que hizo Néstor».
En consonancia con el arco opositor, subrayó con énfasis la muerte del fiscal Alberto Nisman, quien apareció sin vida en su departamento antes de exponer ante el Congreso una denuncia contra Kirchner.
En una entrevista destacó la ampliación de derechos que se logró en el primer mandato de esa dirigente, pero sostuvo que en el segundo período «ya no se encuentran elementos para ponderar».
Y sumó: «La economía se destruye, se pierden las reservas junto a la relación dólar – peso, la pobreza aumenta y se niega su existencia». Los reparos de Alberto fueron muchísimos, pero él no los esconde, y sostiene que criticar es saludable para la democracia.
Uno de los momentos más tensos se dio cuando ya se mostraba bastante crítico. Alberto sostuvo públicamente que muchos de las interrupciones de sus entrevistas habría ocurrido por órdenes de funcionarios de Cristina.
La izquierda local se ocupó en destacar que en el 2000 ese dirigente integró una lista liderada por Domingo Cavallo, un economista que le trae malos recuerdos a muchos argentinos.
En esa oportunidad, Fernández fue electo legislador de la Ciudad de Buenos Aires. Antes, Cavallo ya había sido subsecretario del Interior y presidente del Banco Central en la dictadura. Y en los 90, mientras se expandían las políticas neoliberales, fue ministro de Economía.
En medio de la crisis del 2001, cuando volvió a dirigir el Ministerio, Domingo fue el artífice del ‘corralito’, una medida que limitó la extracción de efectivo de la población, consumando el estallido social más grande de las últimas décadas. Sin embargo, la participación de Fernández en su boleta electoral había sido un año antes.
A su vez, los mismos sectores izquierdistas repudian el afecto que el mandatario demuestra por Duhalde, su antiguo socio político, quien presidió de forma interina el país cuando se produjo la ‘Masacre de Avellaneda’.
En esa jornada de 2002, la Policía asesinó a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, mientras diversas organizaciones sociales reclamaban en la Provincia de Buenos Aires por mejores condiciones de vida, en medio de una pobreza galopante.
Previo a convertirse en el político más importante del país sudamericano, Fernández era un dirigente que solía usar sus ratos libres para intercambiar opiniones con cibernautas, aunque no siempre abundaba la diplomacia.
Así, las viejas contestaciones en Twitter del ahora presidente, que hacen reír a militantes propios, fueron destacadas por la oposición para intentar desmentir la postura medida del peronista. Y la lista de insultos puede continuar.
El nuevo presidente argentino no cumple con los estereotipos de una típica familia tradicional. Alberto es divorciado y tiene una novia 22 años menor que él, Fabiola Yáñez, una periodista y actriz argentina. Con su esposa anterior tuvo un hijo, Estanislao, un joven ‘drag queen’ y transformista, quien tiene gran popularidad en redes sociales.
Aquel chico fue víctima de un claro ataque mediático tras confirmarse la candidatura de su padre, y hasta el hijo de Bolsonaro se burló de sus caracterizaciones femeninas.
Así, cientos de periodistas se abalanzaron para preguntarle a Fernández por su vástago: «Es uno de los tipos más creativos que vi en mi vida. ¿Cómo me va a fastidiar que me pregunten por mi hijo? Siento orgullo por él«, contestó.
Falta mucho para calificar su gestión, pero la imagen presidencial ya giró 180 grados. Ahora se piensa que podría ser lo mismo que Cristina Fernandez frente a la corrupción en Argentina.
CP