Se dio a conocer en la semana pasada la noticia del fallecimiento de Bernard Madoff, quien durante su existencia fuera tristemente célebre por haber puesto en marcha un mecanismo de defraudación masivo de personas en Estados Unidos y conocido como “Pirámide Ponzi” o “Esquema Ponzi”.
Según se pudo documentar por los fiscales y autoridades que llevaron este caso penal en aquél país, miles y miles de personas resultaron afectadas, incluyendo bancos e instituciones financieras locales e internacionales, y el monto del fraude se estima en alrededor de veinte mil millones de dólares (veinte billones de dólares, allá).
Las Pirámides Ponzi funcionan, en lo general, de la siguiente manera: un individuo o una empresa financiera recibe depósitos de dinero o activos financieros ofreciendo pagar intereses muy por arriba de los porcentajes que en un momento se dan en el mercado.
Digamos que si los bancos tradicionales dan un 5 % anual, estos defraudadores, para atraer inversionistas, ofertan un 20 o 40 % anual, o a veces más, por poner un ejemplo. Cualquier financiero sabe que esto no es posible, pues el dinero no nace en macetas, y para que las instituciones bancarias puedan pagar intereses por los depósitos que tienen de sus clientes, deben colocar su dinero en préstamos o inversiones productivas, cobrar intereses por ello, y a su vez, repartir en menor medida esos intereses que cobran a sus depositantes. Todo ello regulado por la economía y las leyes del mercado.
En los Esquemas Ponzi, los intereses que se pagan vienen directamente de los nuevos depósitos de los ingenuos clientes, quienes, atraídos por el dinero fácil, confían su riqueza a delincuentes de cuello blanco. Obviamente en algún momento el pago de los intereses se “come” al capital depositado y el círculo financiero se cierra quedando quebrada la empresa y afectados los aportantes. Los criminales huyen con parte del dinero o lo envían a otras cuentas o de prestanombres.
Pues bien, esto que adquirió notoriedad en los Estados Unidos, tanto por el monto involucrado, como por la sagacidad financiera de Madoff, ya había sucedido aquí en territorio zacatecano en el área denominada como “de los Cañones” por allí en la década de los ochenta y principios de los noventa, donde un otrora famoso pequeño comerciante comenzó a recibir préstamos personales desde pocos cientos o miles o millones de dólares, ofreciendo pagar una tasa de interés que rondaba del 8 al 10 % mensual (si, leyó bien, mensual y en dólares).
Hubo desde la persona más humilde que le llevaba cien dólares y se documentaba su operación con un simple pagaré sellado, hasta familias que vendieron todo su patrimonio, ranchos, casas, ganado, para ir a depositar el producto de la venta y retirarse a su jubilación cobrando el 10 % de interés mensual sobre su inversión (y en dólares, ya se dijo). Aquello era el epicentro del paraíso financiero a nivel mundial, que Wall Street ni qué nada.
Obviamente pasó lo que tenía que pasar en el destino inevitable de todas las Pirámides Ponzi: los intereses fagocitaron al capital, produciéndose la debacle económica total de una región entera porque la gente se quedó sin circulante y los ahorros de toda su vida. A la par que la crisis financiera, fueron sonadas a nivel nacional las tragedias personales y los escándalos políticos que aquélla desgracia trajo consigo, pues los miles y miles de defraudados no entendían (ni entienden a la fecha) a dónde jodidos se había ido su dinero. Las teorías conspirativas y los gobernantes huyendo con maletas de dinero hacia paraísos fiscales fueron leyendas urbanas muy recurrentes desde aquél entonces.
Desde hace tiempo empezaron a estar muy de moda las llamadas monedas digitales, criptomonedas, activos virtuales, criptodivisas, y no se cuantos etcéteras informáticos más, que supuestamente representar un valor económico y prometen rendimientos estratosféricos; y en este contexto vienen a mi mente los dos sucesos relatados precedentemente y entiendo que la ambición y el dinero fácil ciegan la inteligencia del más sabio.
CP